martes, febrero 22, 2011

Eche veinte centavos en la ranura

La sombra encorvada de un hombre flacucho, camina por los batidores de un teatro abarrotado de objetos. La mitad del rostro de Enrique está iluminado por la luz rojiza de seguridad del teatro, exhala un hondo suspiro y avanza unos pasos hacia el telón, a cada paso que da, pareciera que estuviera arrastrando su sombra, como sí ésta le pesase.

La sala iluminada, con una tenue luz anaranjada. Del telón bordo emerge la nariz de Enrique seguido de la totalidad de su rostro. Enrique sale al escenario para enfrentarse con la sala vacía, se quita el saco y se sienta en el borde del escenario.

La luz blanquecina de la fachada del teatro se mezcla con la calidez de la luz de mercurio del alumbrado público. En la boletería cuelga un cartel con la siguiente afirmación: Localidades agotadas.

Enrique camina por la calles del centro de la ciudad con el mismo paso cansino del teatro, aunque no se observe su sombra, ésta todavía le pesa. Enrique entra a un bar, un grupo de hombres le esquivan la mirada; éstos hace tiempo le habían quitado el saludo. Sigue su camino por las mesas y se sienta al lado de una mujer absurda. Tania lleva un sombrero, del que sobresalen dos plumas, una bufanda de peluche, y, de su pálido rostro se destaca el rojo de sus labios. Próximo a Tania se encuentra un hombre de aspecto bohemio, con quien comparte unos sándwiches de miga y unos vasos de whisky. Enrique mira hacia un lugar cualquiera del bar, se siente ajeno a la alegría desbordante de Tania y de aquél hombre. Enrique sale de su ensimismamiento y recorre con su mirada todo el lugar: en aquél rincón observa a una muchacha sola apurando una copa, y en aquél otro a un hombre sin suerte, con una barba de varias semanas, finalmente el espejo le devuelve su imagen; y hablándose a sí mismo se recuerda que toda está bien.

Enrique recorre las calles del centro y entra en un cine. El zumbido constante del proyector, se escucha desde el otro lado de la cortina. Al entrar lo único que se distingue es el haz de luz del proyector, que deja ver el humo de los cigarrillos; Enrique que busca un lugar en la fila del medio. En la pantalla desfilan imágenes de mujeres desnudas, de hombres forzudos, finalmente se proyecta seguido de un inter-título, la imagen de la mujer más gorda del mundo; justo en ese momento Enrique recuerda los versos finales de un poema que en voz baja repite para sí.

Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

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