jueves, septiembre 04, 2008

Esbozo de ideas sobre el film “La mujer sin cabeza” de Lucrecia Martel

“… Lo mejor que se puede hacer es separar hasta tal punto el artista de su obra que no se lo tome aquél con igual seriedad que a ésta. En última instancia, él es tan sólo la condición preliminar de su obra, el seno materno, el terreno, a veces el abono y el estiércol sobre el cual y del cual crece aquélla…”.
Friederich Nieztzsche, Genealogía de la moral.


Hacer un film implica siempre un riesgo, una apuesta; porque podemos considerar a cualquier film, como una frágil estructura, que permanentemente nos amenaza con desmoronarse. Por ellos no nos debe sorprender que Martel haga una estética sobre la base de la fragilidad. Fragilidad que puede leerse en algunas de sus temáticas: el apetito sexual incestuoso (La ciénaga), la religión y la sexualidad (La niña santa) y la culpa (La Mujer sin cabeza).
Martel se plantea el desafío de inquietarnos, pero lo hace a través de suaves sacudidas que recaen sobre nosotros, los espectadores, que ingenuamente creemos ser inmunes al flujo de las imágenes, ya que nos sentimos a resguardo en la oscuridad de la sala cinematográfica. Sin embargo las temáticas recurrentes en sus films, no tienen como propósito producir de forma directa impacto o indignación; sensaciones que sí producen films como “Irreversible” de Gaspar Noé o “Salò o le 120 giornate di Sodoma” (Saló o 120 días de Sodoma) de Pier Paolo Pasollini. Probablemente la realizadora sea conciente de ello; quizás su intención no sea dejar una huella muy evidente de su estocada; si no que simplemente apela a mantener al público en la sala, demostrándole a éste que aquello que considera atroz, no necesariamente nos debe producir repulsión o rechazo. Por ende nos obliga hacernos la siguiente pregunta: ¿ Por qué vamos a alarmarnos por lo que sucede en la pantalla si en ella tiene lugar aquello con lo convivimos? Como respuesta nos ofrece imágenes comunes, imágenes que en apariencia no poseen otra pretensión que dar cuenta al espectador de lo peligroso que pueden llegar a ser los actos más cotidianos.
En “La mujer sin cabeza” el accidente funciona como un Macguffin[1], una excusa que habilita a la realizadora a estructurar el mundo ficcional en el que se mueve la protagonista; que en vano intenta reconstruir el itinerario realizado por ella durante el fin de semana de la tormenta. No existe documento o registro alguno de sus pasos después del accidente. La única huella que perdura de aquello es el deseo sexual que el primo de la protagonista siente por ella. Deseo que cuando pretende ser revivido por su primo es inmediatamente refrenado por el personaje interpretado por Onetto.
Por último cabe destacar que Martel en su último film no se vale del gag como un recurso que irrumpe en el medio de una situación dramática, si no que lo utiliza como un recurso que se ciñe en sí mismo sin una segunda intención.


[1] Es un rodeo, un truco, una complicidad, lo que se llama un “gimmick”. Extraído del libro “El cine según Hitchcock”. Pág. 115.